El Concepto de Grupo y los principios Organizadores de la Estructura Grupal en el Pensamiento

Ana Quiroga y Enrique Pichon-Riviere

En junio de este año (1971), una noche -nuestra hora habitual de diálogo y de trabajo- Pichón y yo nos entusiasmamos con un proyecto: escribir un libro que tomando como eje la temática del grupo, «los organizadores grupales«, fuera una Exposición Sistemática de nuestros actuales desarrollos en Psicología Social.

Lo amplio de la temática planteaba en principio un problema de estructura interna de la obra y en consecuencia, lo primero que debíamos resolver era un diseño que le diera coherencia.

Otra noche, mientras estacionaba el auto, surgió en mí el diseño de ese ordenamiento de temas. Bajé apurada para escribirlo, con temor de que se me perdiera esa estructura, cuando se me acercó un grupo de gente y me pidió que llevara al hospital una mujer que aparentemente sufría un ataque epiléptico.

Horas más tarde, al comentarle a Pichón mis esfuerzos tragicómicos para transformar un Citroën en ambulancia, a la vez que no olvidar el diseño del libro, él se rió y me dijo: «en el momento menos inesperado te encontraste con la epilepsia, eso parece una herencia». Para quien no lo sabe fue uno de los temas que apasionadamente investigó a lo largo de su vida.

Proyecto y herencia son hoy, para mí, a pocos meses de su muerte dos palabras que se articulan dolorosamente, pero con un sentido profundo, de tarea, de elaboración de esa muerte.

El índice que re-trabajamos con Enrique es ahora algo más que esbozo. Se desarrolla como un libro, según el propósito inicial.

Este libro sintetiza, para Temas de Psicología Social, algunos de esos desarrollos.

  1. Pichón Rivière caracteriza al grupo como «un conjunto restringido de personas que ligadas por constantes de tiempo y espacio y articuladas por su mutua representación interna se propone, en forma explícita o implícita, una tarea que constituye su finalidad, interactuando a través de complejos mecanismos de asunción y adjudicación de roles».

¿Qué es una definición sino el intento de conceptualizar la esencia de un proceso, los principios que rigen su emergencia y desarrollo? Definir es establecer las determinaciones específicas de un fenómeno, su naturaleza, de manera tal que el concepto construido refleje el sector de lo real al que hace referencia. Ese reflejar la realidad concreta significa dar cuenta de un hecho, de un proceso, en una perspectiva totalizadora, es decir, en la articulación de elementos internos y relaciones externas.

Sólo cumpliendo esta condición adquiere su calidad científica, su carácter de conocimiento objetivo, guardando con la realidad a la que reenvía una relación instrumental.

La definición, como conceptualización de la esencia, remite entonces a los principios organizadores internos, configurantes del proceso que se ha investigado.

A la definición, al señalamiento de los organizadores internos, al discernimiento de lo esencial (naturaleza del fenómeno), se llega desde una tarea previa de elaboración de la experiencia, de re trabajo del material empírico, proceso de abstracción en el que, en una labor de síntesis e integración, se construye la visión múltiple que emerge del concepto, el que permite hablar de una visión que supera aquella meramente experiencial, la que nos aporta sobre los fenómenos una imagen parcializada, fragmentaria.

La elaboración conceptual de la experiencia supera al conocimiento empírico en tanto significa un interrogarse por la esencia -lo que transciende lo empírico- pero hecha sus raíces en la experiencia, se funda en ella, ya que es sólo desde los hechos mismos que éstos pueden ser interrogados, siendo la experiencia concreta el lugar donde se construye toda pregunta pertinente.

Esta reflexión epistemológica no se incluye al azar en mi trabajo. Por el contrario, tiene el sentido de señalar la concepción del conocimiento que fundamenta y encuadra la elaboración teórica de Pichón Rivière, a la que el delinear el itinerario de un pensamiento, en el que se intentará reconstruir un camino, que tomando como punto de partida lo fenoménico -lo que en forma inmediata se da a nuestra experiencia- se llega al enunciado de lo que denominamos principios organizadores internos, configurantes de la estructura grupal.

Interrogarnos acerca de la esencia de lo grupal no es una tarea intranscendente, ya que al preguntarnos qué es un grupo, cuál es su estructura, qué es lo que define al grupo como tal, cuál es la sustancia de ese proceso interaccional, estamos cuestionándonos acerca de la esencia de la situación que constituye el escenario, el horizonte de toda experiencia humana. En consecuencia, la temática del grupo nos reenvía necesariamente a la problemática del sujeto.

Para Enrique Pichón Rivière la Psicología en sentido estricto, se define como social a partir de la concepción del sujeto, que es entendido como emergente, configurado en una trama compleja, en la que se entretejen vínculos y relaciones sociales. Según el planteo pichioniano la subjetividad está determinada histórica y socialmente, en tanto el sujeto se constituye como tal en procesos de interacción, en una dialéctica o interjuego entre sujetos, de la que el vínculo, como relación bi-corporal y el grupo, como red vincular, constituyen unidades de análisis.

El sujeto aparece entonces bajo un doble carácter; como agente, actor del proceso interaccional, a la vez que configurándose en ese proceso, es decir emergiendo y siendo determinado por las relaciones que constituyen sus condiciones concretas de existencia. Nuestra reflexión -la que planteamos como Escuela- parte de una definición del sujeto como «sujeto de la necesidad», pero el eje real de nuestro análisis se sitúa en la contradicción interna inherente a ese sujeto como ser vivo, interjuego entre la necesidad emergente del intercambio material el organismo con el medio y la satisfacción de la necesidad. Esa contradicción interna vuelca al sujeto sobre el mundo externo en busca de la fuente de la gratificación en la relación con otro sujeto. La necesidad, experimentada como tensión interna, reenvía o reabre ese interjuego, en tanto promueve en el sujeto la realización de un conjunto de operaciones materiales y simbólicas, a las que se denomina conducta. Determina en él una acción concreta, transformadora, destinada a la satisfacción de la necesidad. La acción transforma, modifica al contexto, pero también al protagonista de la acción, adquiere entonces la condición de aprendizaje.

Así el sub-jectum, el «sujeto-sujetado» de la necesidad se metamorfosea a partir del pro-jectum. Es decir, la sujeción a la necesidad, como punto de partida de la acción destinada a obtener la gratificación, es la condición de una TAREA, en la que el sujeto se proyecta sobre el mundo externo, sobre su contexto inmediato, con una estrategia, una direccionalidad (proyecto) en un hacer que lo modifica.

Este interjuego entre necesidad y satisfacción, fundante de toda tarea, de todo aprendizaje, define al sujeto como sujeto de la acción, como actor, situándolo, a partir de sus tareas concretas, en su dimensión histórica, en su cotidianidad, en su temporalidad.

El hacer la tarea, ocupan un lugar fundante en la concepción Pichoniana del sujeto, y en consecuencia en la elaboración de un criterio de salud en términos de adaptación activa a la realidad: «el sujeto es `sano´ en la medida en que aprehende la realidad en una perspectiva integradora y tiene capacidad de transformar esa realidad transformándose a la vez el mismo».

«El sujeto esta `activamente adaptado´ en la medida en que mantiene un interjuego dialéctico con el medio, y no una relación rígida, pasiva, estereotipada. La salud mental consiste en aprendizaje de la realidad, en una relación sintetizadora y totalizante, en la resolución de las contradicciones que surgen en la relación sujeto-mundo».

Desde Pichón Rivière entonces, la Psicología Social no es una psicología de los grupos, sino una reflexión acerca del sujeto y su comportamiento. Pero la concepción vincular del sujeto, esta jerarquizada de su determinación social implica una perspectiva, delinea un estilo de abordaje de ese sujeto: en el interior de la red vincular, en la que emerge y se configura a partir de esa contradicción interna entre la necesidad y la satisfacción. De ahí la importancia de lo grupal, en tanto escenario e instrumento de la constitución del sujeto.

Esta elaboración vincular del sujeto es elaborada por Pichón Rivière a partir de su práctica clínica, en la que se le revela el mundo interno del paciente, la dimensión intrasubjetiva, estructurada como grupo interno, un escenario interior en el que se reconstruye la trama vincular en la que ese sujeto está inmerso, trama en la que sus necesidades cumplen su destino de gratificación o frustración.

La interacción recíproca entre interacción grupal y acontecer individual, y la consecuente concepción de la subjetividad está presente en el pensamiento de Pichón Rivière, no sólo en la noción del vínculo, o la de mundo interno estructurado como grupo interno, como trama relacional internalizada, sino en la postulación acerca de la enfermedad mental como emergente de una dinámica vincular, la del grupo familiar, dinámica que en ese momento aparece generando patología. El que enferma es el portavoz más señalado de ese proceso, y su conducta resulta de la «intolerancia a un determinado monto de sufrimiento», remite, como signo, a una modalidad de interacción grupal, que en ese momento opera como condición de producción de ese comportamiento patológico.

Para Enrique Pichón Rivière, la unidad de interacción en la que el sujeto emerge, es el contexto pertinente, lo que debe ser focalizado como objeto de reflexión para comprender a ese sujeto, la articulación de sus determinaciones internas y externas. De allí el abordaje grupal-familiar del proceso del enfermarse, y la instrumentación (transformadora) de la interacción familiar como elemento terapéutico.

La conducta, es según D. Lagache, el » conjunto de operaciones materiales y simbólicas por las que un organismo en situación tiende a realizar sus posibilidades y reducir las tensiones que amenazan su unidad y lo motivan». En tanto el fundamento de esa conducta está en la contradicción necesidad/satisfacción, esa contradicción, reenvía al contexto vincular del sujeto, ya que el vínculo, la experiencia con el objeto es el escenario de la gratificación o de la frustración. En consecuencia, la conducta es esencialmente relacional y solamente puede ser descifrada en la red vincular en la que se configura. El sujeto se comporta en un contexto que es, como decíamos, horizonte de su experiencia, y sólo en ese contexto esa conducta adquiere su significación y coherencia. Desde este encuadre grupal la enfermedad mental como comportamiento que rompe las expectativas sociales pierde su carácter inicial de lo siniestro, lo incomprensible, lo demoníaco, transformándose en un lenguaje complejo pero direccional y decodificable. Es el contexto grupal y particularmente en el grupo familiar con su historicidad, que esa conducta reviste significatividad, y en tanto comprensible resulta modificable.

La interacción: proceso motivado

Hasta aquí hemos intentado mostrar la articulación profunda entre la temática del grupo y la problemática del sujeto, indagando el sentido que tiene en el esquema Pichoniano la caracterización de la psicología como social a partir de una concepción de lo subjetivo que jerarquiza los procesos de determinación social -vincular del sujeto, determinación que se cumple en experiencias concretas de contacto, de interacción.

Señalamos que esos procesos interaccionales, sustancia de toda trama vincular, constituyen el horizonte de la conducta humana, el contexto en que dicha conducta reviste significatividad. Queda en pie sin embargo una pregunta fundamental: ¿cuál es la esencia de esa dialéctica entre sujetos a la que llamamos interacción’, y, en consecuencia, ¿cuál es la esencia de toda estructura vincular, y de todo grupo, como sistema de vínculos?

Retomando la propuesta inicial de este trabajo, recorramos un camino que parta de los datos de la experiencia, lo observable, lo fenoménico para llegar -con ese fundamento- a elaborar algunas hipótesis acerca de esas leyes internas, o «principios organizadores del proceso interaccional que constituye al grupo. Es precisamente el conocimiento de esos «organizadores internos», lo «estructurante grupal», lo que permite una intervención psicológica que desarrolle los distintos momentos de la planificación: estrategia, táctica, técnica y logística.

¿Qué aparece, a una primera mirada, en una situación de interacción? Dos o más sujetos comparten un tiempo y un espacio, hay entre ellos un juego corporal, de miradas, de gestos. Se percibe recíprocamente, y sobre la base de esa percepción recíproca intercambian mensajes, utilizando un lenguaje verbal y gestual. Decimos que se establece entre esos sujetos un proceso comunicacional, en tanto intercambian signos de un código, por lo que describen objetos y expresan emociones.

Hablamos hasta aquí de reciprocidad e intercambio. ¿Qué permite inferir su existencia? El hecho de que las actitudes de ambos actores no aparezcan aisladas, desarticuladas, sino que, por el contrario, resulte posible establecer relaciones causales entre el comportamiento de uno y otro sujeto.

Se da interacción en tanto que se dé una determinación recíproca o interjuego que se afectiviza cuando la presencia y la respuesta del otro es incluida, anticipada en la actitud de cada sujeto. Inclusión y anticipación que se configura como expectativa hacia el otro, en un interjuego de orientación mutua. El desarrollo de expectativas recíprocas, el intercambio de mensajes permite afirmar que interacción implica procesos de comunicación a la vez qué fenómenos de aprendizaje, en tanto se da una modificación interna en cada uno de los actores, modificación emergente del reconocimiento del otro, de su incorporación, lo que tendrá por efecto un ajuste – en mayor o menor grado- del comportamiento de ambos a esa realidad que significa la presencia concreta del Otro.

Cuando se da este interjuego de expectativas recíprocas, en el que cada sujeto aparece como significativo para el otro, se habla de una acción direccional de un actor hacia el otro. Las manifestaciones de direccionalidad recíproca de orientación y ajuste mutuo nos revelan la presencia de un proceso interaccional. La unidad interaccional se caracteriza entonces por ser una integración de tiempo, espacio, sujetos que se perciben mutuamente y cuyas acciones están articuladas por leyes de causalidad recíproca.

En consecuencia, la unidad interaccional es un sistema. Puede visualizarse en ella una organización interna, que articula sus partes, una unidad o coherencia interna que emerge de lo que denominaremos principios organizadores. Es una organización interna la que estructura las distintas unidades interaccionales en las que participamos cotidianamente; pareja, grupo familiar, grupo de trabajo, equipo deportivo, etcétera.

Otra forma de acercamiento a la comprensión de ese rasgo esencial de los procesos de interacción (su carácter de unidad estructurada) podría darse a través de contrastarlas con aquellas que constituyen sus antítesis, su negación. Serían estas formas de lo colectivo en las que los sujetos participan objetivamente del mismo tiempo y espacio, en los que se desarrollan acciones, pero en la que no se da una dialéctica entre sujetos, en tanto estos no se relacionan entre sí. Se trata de situaciones en las que pese a la presencia simultánea de varios actores en un mismo ámbito espacial no llega a constituirse la unidad interaccional, por la ausencia de los «principios organizadores de la interacción». Sartre en «Crítica de la razón dialéctica», investiga estas formas de lo colectivo, a las que denomina SERIE, caracterizándolas como lo opuesto al grupo. Serie es aquella forma de lo colectivo cuya unidad le es exterior, sus principios organizadores son externos, no intrínsecos. En consecuencia, la serie es estructurada, carece de coherencia interna. Los clientes en el interior de un comercio esperan turno para ser atendidos, los espectadores que asisten a la exhibición de una película o una obra teatral, el pasaje de un ómnibus, constituyen una serie.

Los ejemplos mencionados hacen referencia a situaciones en las que varias personas comparten un tiempo y un espacio, e incluso desarrollan una actividad similar. Pero no hay reciprocidad en sus acciones. Lo que hace cada sujeto incluido en la serie no tiene direccionalidad hacia los otros integrantes de la situación. Los otros, aun cuando fueran percibidos, no aparecen como significativos. Esa falta de significatividad resultaría del hecho de que el otro no parece comprometido en relación a las necesidades o expectativas de cada sujeto. La finalidad buscada puede ser la mima, pero no aparece compartida. El logro del objetivo no los remite los unos a los otros, no los relaciona activamente. Lo que los reúne es un elemento externo. El compartir tiempo, espacio y eventualmente objetivo, no es condición suficiente para el establecimiento de una relación vincular.

Esta parecería requerir un fundamento motivacional.

Ese percibirse recíprocamente, esa direccionalidad, orientación y determinación mutua que caracteriza a los procesos interaccionales tiene una causalidad inscripta en cada uno de los sujetos comprometidos en dichos procesos. De allí que caractericemos a la interacción como un proceso motivado, afirmando que la causalidad del proceso, su fundamento motivacional, es la necesidad.

Como dijéramos, cada sujeto se incluye en una dialéctica, en un interjuego con los otros sujetos a partir de la contradicción interna necesidad/satisfacción, contradicción que sólo puede resolverse en una experiencia, en una relación con el otro. De allí la afirmación precedente de que el vínculo como unidad interaccional básica y el grupo como trama vincular, constituyen el escenario y el instrumento de la resolución de necesidades. Este hecho tiene una historicidad individual y social.

Desde la perspectiva individual, podemos ver hasta qué punto las primeras conductas, las primeras experiencias del sujeto están determinadas desde la necesidad, constituyéndose como modelos primarios de reconocimiento del otro y de conducta direccional.

Desde el primer vínculo, aquél que establece el sujeto con el cuerpo, con el pecho materno, el otro podía ser reconocido como objeto -en un proceso progresivo- en tanto se incluyan en el interjuego necesidad/satisfacción.

El Objeto se carga de significatividad, se constituye como tal en la interioridad del sujeto, en tanto portador de la gratificación. El interjuego necesidad/satisfacción y sus vicisitudes son la condición de posibilidad de la inscripción del objeto en el mundo interno del sujeto, y en consecuencia de la configuración de ese mundo interno.

La necesidad es la base, el motor de la relación con el otro, su fundamento.

La experiencia de contacto gratificante de un bebé con su madre, inscrita en él como vivencia de satisfacción (1), es un hecho profundamente estructurante en el desarrollo del psiquismo, y uno de los efectos más señalados es el desarrollo de expectativas en relación al objeto, al producirse la emergencia de la tensión de necesidad. Es en ese interjuego entre el registro de la tensión de necesidad y experiencia gratificante con el otro, que se establecen los primeros procesos comunicacionales y se cumple un proto- aprendizaje. Como lo describe Freud en «Proyecto de una Psicología para neurólogos», el llanto es, en los primeros momentos de vida, una conducta refleja que tiene una finalidad de descarga, asociada a la emergencia de la tensión displacentera de la necesidad. La experiencia con el objeto va a transformar la calidad de la conducta, que no será la de una mera descarga, sino que tendrá una finalidad comunicacional. El llanto del bebé adquiere como conducta y en el interior del vínculo con la madre, un sentido, una direccionalidad, la gratificación, a la vez que revela una progresiva incorporación de significaciones sociales.

 

Fuente: Publicado en el número homenaje al doctor Enrique Pichón Rivière. Revista: Temas de Psicología Social. Año I-nº1-1977).

Autorizo: Por Biblioteca de Psicología Social Pichoniana.

GRACIAS Ricardo Beyer y Ana Quiroga.

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LOS PUENTES QUE CONSTRUYÓ ENRIQUE PICHÓN RIVIERE EN LA ARGENTINA Y LATINOAMÉRICA.

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